Imagine que está en su casa viendo televisión o que va caminando por la calle y, de repente, agentes del Estado le llevan consigo, sin informar a nadie sobre su paradero, sin explicarle por qué le están llevando y sin siquiera asegurarle que le regresarán con vida.

Así ocurren las desapariciones forzadas: las personas son llevadas y no se vuelve a saber de ellas por días, meses, años… o quizá nunca más. Comúnmente han sido empleadas como estrategias gubernamentales para infundir terror. Difícilmente demos con el lugar de inicio de esta práctica, pero lo que sí es cierto es que nos enfrentamos a un problema mundial.
Me sé afortunada porque pude disfrutar de ti sin lemna ni contaminación durante toda mi infancia, y bañándome en tus aguas disfruté de insuperables momentos junto a mi familia y amigos. Hiciste que no me gustara el mar por lo salado, porque me acostumbré al agua dulce que tantas veces me tomé sin querer, pero que nunca me hizo ningún mal; bajo la cual podía abrir los ojos sin ardor ni lágrimas. En tus orillas aprendí a comer los chipichipi que encontraba enterrados en la arena, siempre con un poquito de limón. La rutina era pasar todos los sábados y domingos del mundo en la playa, y yo desde muy tempranito ya estaba dando volteretas dentro de tu oleaje apacible, hasta que el sol se ocultaba y mis padres me obligaban a salir. Aprendí lo sabroso que es bañarse mientras llueve o por las noches -aunque sea peligroso y hayan muchos más animales rondando-, y vi de cerquita la majestuosidad del puente que te atraviesa cuando pude estar debajo de una pila, un día muy de noche. 
  
Hoy, porque Alonso de Ojeda tuvo la dicha de ver tu poderío, dicen que celebramos tus 517 años, pero yo celebro que siempre has estado ahí; y aunque lamento todo el mal que te hemos hecho, la contaminación que hoy me impediría bañarme una vez más en tus aguas, tengo la esperanza de tu recuperación, y espero algún día volver a ver generaciones enteras disfrutando de tu perfecta agua y llenando de hermosos recuerdos la memoria de muchos otros.
Defender los derechos humanos requiere de mucha entrega, fortaleza y humanidad. Oscar Patiño, coordinador General de la ONG Un Mundo Sin Mordaza y estudiante de derecho, hace un esfuerzo de vida para compaginar su desarrollo profesional con su pasión: El activismo. «Un Mundo Sin Mordaza es una organización que tiene más de 7 años fundada. Tiene un objetivo, que es defender los derechos humanos a través del arte y la cultura.

La lucha por los derechos humanos es importante en todas las áreas, pero quizás una de las más vulnerables en nuestro país es aquella en defensa de los derechos de niñas, niños y adolescentes.


La profesora Luisa Pernalete, quien ha sido Directora Regional de Fe y Alegría en dos ocasiones (de Zulia entre 1990 y 1997; de Guayana entre 1998 y 2008) y que hoy forma parte del Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín de la Federación, es una defensora de los derechos a la vida y a la educación de niñas, niños y adolescentes.
La lucha por la defensa de los derechos humanos de los pueblos indígenas tiene ya su historia, pero el auge en el estado Zulia surgió en 2010, cuando el presidente de turno, Hugo Chávez, decretó la Guajira como distrito militar 1. Desde entonces, el territorio del pueblo Wuayuú ha sido militarizado en su totalidad, además, otros problemas empezaron a suscitarse desde entonces.

Creo que las películas más difíciles de hacer son aquellas que reflejan traumas. No hay manera de hacer el trabajo sencillo. Y no es que ejemplificar el trauma per se sea complicado, creo que lo que es realmente difícil es poder explicar de una manera real y certera cómo reaccionamos ante las situaciones traumáticas.

Demolition (2015), de Jean-Marc Vallée, no se procura rodeos. Empieza con lo fuerte: Davis (Jack Gyllenhaal), un trabajador neoyorquino de la bolsa va en el auto con su esposa Julia (Heather Lind), quien conduce. Hablan sobre una gotera que hay en el refrigerador y son impactados por otro vehículo. Julia pierde la vida.

Desde allí, sabemos que lo que viene no es sencillo. Y pasamos toda la película sin saber qué será lo siguiente. Davis no tiene cómo aceptar la muerte de su mujer. En un inicio, pretende hacerse creer que no la amaba lo suficiente como para llorarla o extrañarla. Pero conforme corre el film y su mente la recuerda cada vez con más insistencia, empieza la desesperación.

La forma en la que Davis mitiga el dolor es desarmando y destruyendo objetos. Quiere saber cómo son por dentro, quizá buscando saber qué tiene él en su interior, intentando descifrar qué es lo que realmente siente.

Durante su proceso, conoce a Karen (Naomi Watts), una mujer que trabaja en atención al cliente de una fábrica de máquinas expendedoras, cuando envía una solicitud de reembolso tras haber pagado por un dulce que la máquina nunca le entregó. Pero Davis usa dicha correspondencia, al enviar carta tras carta, para soltar un poco del drama que atravesaba.

Karen lo contacta, al sentirse conmovida con sus cartas, y llegan a conocerse y a entablar una amistad. Mientras tanto, Davis sigue destruyendo cosas y pese a que se había reincorporado a su trabajo justo después de la muerte de su mujer, tras desarmar y destruir su computadora y el urinario del baño, para su suegro, Phil (Chris Cooper), es evidente que no está bien para seguir.

Davis sigue destruyendo cosas. Se une a un grupo de hombres que demuelen casas, sin aceptar paga, solo para darse el gusto de poder destruir cosas. Conoce al hijo de Karen, Chris (Judah Lewis), un joven de unos 13 años quizá, con las uñas pintadas de negro y un par de aretes, quien también necesita descubrirse a sí mismo. Juntos descubren que no hay felicidad en no saber quién se es.

El dolor no parece disminuir, sino todo lo contrario. Conforme Davis sigue destruyendo cosas, parece que más se acerca a su centro. Su mente se sigue llenando de recuerdos con su esposa y encuentra, en su nueva capacidad de notar cosas que antes no ─como la decoración de los lugares, pequeñas cosas que no funcionan como debería, la luz que entra por la ventana, la música─ que realmente la amó y que le encantaba cada aspecto suyo, aunque creyera que no la conoció lo suficiente.

Pero para acercarse a sus sentimientos, se despoja de sus apariencias. Davis se vuelve excéntrico y demasiado extraño para el resto, porque empieza a hacer cosas que le liberan sin pensar en los otros. Hasta que, con la ayuda de Chris, destruye gran parte de su casa, esa que al final no le gustaba tanto porque estaba llena de cosas «brillantes».

Cuando finalmente llora, cuando se da cuenta de que amó y que no entregó lo suficiente, Davis se libera. Vive el dolor a plenitud, lo que le permite seguir adelante y dejar de destruir cosas.

Vallée también fue el director de Dallas Buyers Club (2013), otra película sobre cómo reaccionamos ante los traumas de la vida. Recordemos que Ron (Matthew McConaughey) es diagnosticado con VIH y, pese a que los primeros días se hunde en una negación y un acelerado ritmo con el cual pretende terminar su vida, sorprendentemente se propone ayudar a otros, por lo que crea una sociedad con Ryon (Jared Leto), un travesti también infectado con el virus, para vender medicamentos alternativos a otros pacientes.

Yves Bélanger hace un muy buen trabajo con la fotografía, tal como también lo hizo en Brooklyn (2015) y en Dallas Buyers Club ─por lo que podemos deducir que hace un muy buen equipo con Vallée─.

La actuación de Jack Gyllenhaal es de las mejores que recuerdo de su repertorio. No solo por la profundidad del personaje sino también por la amabilidad, honestidad y realidad que le inyecta.
Aunque no me creí mucho el papel de Naomi Watts como una mujer adicta a la marihuana, reconozco que su personaje da un desequilibrio necesario al film. El joven Judah Lewis quizá sea una promesa o quizá no. Mas si no lo es, hizo un muy buen trabajo acá.

En las últimas escenas del film Davis logra conciliarse consigo mismo y decide rendir un homenaje a su mujer, reparando un carrusel con la ayuda de su suegro. Chris es atacado y fuertemente golpeado por 6 niños, pero asegura en una carta dirigida a Davis que se siente mejor cuando actúa como se siente que es.

Unos niños corren y Davis decide correr con ellos; gana la carrera y logra ser el más rápido de todos ─como lo deseaba cuando niño─, y entonces nos transmite el sentimiento más valioso de esta película: libertad.

8★

Por Alexandra Perdomo

¿Hay una razón para ver Batman: The Killing Joke (2016)? Sí. Esa razón se llama GUIÓN.

El discurso del Joker es exquisito. Hay unas líneas imperdibles, sobre todo cuando se dirige al comisionado Gordon.

Los dibujos son muy buenos, pero nada, nada en esta película le gana al guión. Bravo, mil veces bravo Brian Azzarello.