De los espíritus codiciosos


La codicia enceguece al corazón, aún el más sutil. Remonta la nobleza encantadora; la herencia de lo humano se pierde ante la aberración del espíritu codicioso. De amistades no entiende y en confianza y honestidad no posa su estima. 

La seducción por lo material, por aquello que no sabe de estímulos, es superior a la inanición de humanidad, que el cuerpo no siente, pero el resto nota. 

El deseo de hacer el mal, por conseguir abundancia, llena la cabeza de aquellos cuyos esfuerzos yacen en incrementar lo que los mantiene esclavos. Las mentes son corrompidas por el deseo codicioso, se ausenta la visión de sentimientos cruciales, hasta que olvidan el aroma de la libertad, hasta que el fin los toma sorprendidos, con la fortuna encarnada que ni en soledad pudiesen disfrutar. 

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