Carta para el Viejo


A. López, A. Perdomo, J. A. Núñez,
J. A. Aguirre (Viejo). 2010.

Para José Ángel Aguirre,
quien me acompañó y me sigue acompañando,
a pesar de la distancia.


La distancia invita a la ausencia que, de una forma directa, se entromete en nuestro diálogo, en la comunicación diaria a la que nos acostumbramos y mantuvimos durante más de 3 años. Bien lo decía Chiara Lubich, los hombres «han sido creados para vivir juntos como hermanos», y así aprendí a convivir contigo, rutinariamente en los pasillos de la universidad y los salones que nos sirvieron de antesala al conocimiento, que posterior desarrollamos con círculos literarios, donde promovíamos la creación de un “nosotros”.

Estudiando un poco el pensamiento de Lubich, su paradigma y comprendiendo que su intención no era más que hacer entender al hombre que debía superar el individualismo y unificar la familia humana, comprendo, amigo, que tú, José Ángel, Andrea y yo llegamos a ser una familia, que se incrementó al aceptar que todos somos uno y nos asociamos con nuestros compañeros de clases, para construir el lugar propicio para el desarrollo humano e intelectual de cada uno de nosotros.

Gracias al sentido de pertenencia a lo común, difundido por la fraternidad, es posible conjugar la libertad y la igualdad, que decanta estrictamente en el compartir humano (la donación, los sentimientos hacia el otro, etc.). Es entonces cuando recuerdo lo compartido en nuestra historia, no sólo en el aspecto académico, sino también en lo social. Estoy segura, entonces, de que recuerdas los días en los que nuestra vida se llenó del espíritu de otros, durante nuestras prácticas profesionales en la televisora, por ejemplo. Ayudar y servir a los otros nos reconforta y hace que queramos trabajar proactivamente para cumplir los intereses generales, superar el paradigma de “intereses particulares”, que, como menciona Rousseau en El contrato social, no hacen más que responder las necesidades de quienes se manejan en el poder.

Siempre tuvimos como emblema el diálogo. Recuerdo que para solucionar cualquier cosa no bastaba más que sentarnos, tomarnos un buen café, comer unas galletas y conversar. Pero Chiara Lubich define el diálogo no sólo como el acto en intercambiar opiniones, sino también el hecho de reconocer al interlocutor como hermano, quien tiene, porque merece, la posibilidad de expresar lo que dice, piensa y cree. Chomsky considera que es un acto de violencia y ofensa no considerar al otro como un “interlocutor válido”. Ahora agradezco mucho lo que siempre me dijiste, y que se corresponde con el paradigma de Lubich, que cualquiera sea la opinión, creencia, historia u origen del otro, merece ser considerado por nosotros, no simplemente como alguien que dialoga sino como un hermano; por ende, merece ser escuchado con respeto. Es justamente aquí donde reside el sentido totalitario del diálogo.

Recuerda, hermano, que el efecto que debe tener en nosotros el diálogo fraternal es hacernos entender que es posible ser hermanos, dialogar con calidad, que debemos comprometernos con la realidad social y transformarla, a pesar, nuevamente, de la distancia.

Por eso, a la distancia, te expreso mi más grande respeto y admiración. Además, recordarte que en mí, el cariño para ti es inmedible.


[Nota: Esta carta se realizó como parte de una actividad evaluativa para la cátedra "Diálogo en la Cultura Contemporánea".]

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