Periodismo es literatura

Alexandra Perdomo
Maracaibo, julio 2010
 
En una sociedad que ha dividido la escritura en literatura y periodismo, los escritores han menospreciado el periodismo durante siglos. Del afán de unir ambos géneros, nace el periodismo literario, sospechoso para algunos; magnífico para otros.

Más de uno está en contra del periodismo literario, pues no conciben que un trabajo periodístico se convierta en obra literaria, como sucedió con A sangre fría (1966), de Truman Capote, que algunos consideran la primera novela de no ficción, aunque sabemos que dejan por fuera a otros autores.

Capote es sacudido por el asesinato de una familia de Kansas, y se dedica, durante 6 años, a recopilar la información posible, para lo cual se involucra con los familiares de las víctimas, los agentes policíacos e incluso con los asesinos.

Le llaman novela de no ficción en vez de reportaje porque recurrió a elementos ajenos al periodismo. Está basada en hechos reales, pero también se le adjudica la apreciación propia del autor, atreviéndose a emplear situaciones no verídicas para complementar la historia y darle el tono de novela.

Quien escribe periodismo literario camina frente a esa guillotina de doble filo que es la crítica por igual de periodistas que menosprecian la literatura y escritores que encuentran sus obras indignas porque no dejan de ser periodismo. De cualquier modo, podemos estar de acuerdo en que el periodismo de todos los días y el literario se encuentran en el gesto informativo.

Hay quienes consideran que periodismo y literatura se diferencian de manera irreconciliable en la necesidad del periodista por «alcanzar» la objetividad, y la del escritor por expresar su subjetividad. Lo cierto es que mientras el periodismo llega a ser agresivo, técnico, «objetivo» y busca la fórmula sencilla y rápida que permita vender más ejemplares; el periodismo literario es artístico, reflexivo, analítico y subjetivo.

Según otros, sin embargo, el periodismo literario debe seguir en la búsqueda de la exactitud ya que, al valerse de hechos reales, tiene mayor impacto sentimental en el lector. La calidad de la obra vendrá dada por el poder del autor de sumergirse y conocer un cúmulo de cosas, en la medida en que pueda vivirlas y sentirlas para, naturalmente, poder escribir sobre ellas.
En «Periodismo literario: las dos habitaciones de la casa», Alberto Salcedo Ramos ofrece un listado de lo que no es el periodismo literario: «no es un instrumento para falsear la realidad, ni para inventarla. Y tampoco es un pretexto para reemplazar la información con metáforas. No es la poetización gratuita, aquella que se regodea detallando los pétalos de un geranio visto a través de la ventana, justo en el momento en que el protagonista de la historia acaba de machacarse un dedo con el martillo. El periodismo literario no consiste en perder el tiempo viendo las nubes que viajan detrás de los cerros remotos».

De lo que sí podemos estar completamente seguros es de que el periodismo literario busca enriquecer el oficio, ampliarlo al mundo literario, y, sobre todo, demostrar que lo más importante de una noticia no es el número de muertos.

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